El control del oxígeno disuelto se realiza con compuestos que ‘secuestran’ las moléculas de O2. Tradicionalmente, el compuesto empleado ha sido la hidrazina (N2H4), que con el O2 disuelto en agua provoca la siguiente reacción:
El interés de este compuesto residía en el hecho de que los productos de la reacción son inocuos para la caldera, ya que no producen sales ni productos corrosivos. El problema con la hidrazina es que se trata de una sustancia sospechosa de provocar cáncer, lo que hace que esté en progresivo desuso, sustituyéndose por otros productos de reciente aparición en el mercado. Estos productos son generalmente aminas volátiles. Aún así, la hidrazina sigue siendo ampliamente utilizada.
La velocidad de reacción entre la hidrazina y el oxígeno es función de la temperatura del agua. A temperaturas inferiores a 80ºC la velocidad de reacción es lenta. Sin embargo, la sola presencia de hidrazina es suficiente para inhibir la acción corrosiva del oxígeno. Al mismo tiempo, debido a su coeficiente de reparto, existe siempre una parte de hidrazina que pasa siempre a la fase vapor, protegiendo también esa zona del circuito. La hidrazina contenida en el vapor se condensa antes que éste y aplicando la dosis adecuada, queda también protegida la zona de condensado contra eventuales corrosiones. A temperaturas superiores a 270 ºC la hidrazina se descompone en amoniaco (NH3), contribuyendo a su vez a la alcalinización del ciclo agua-vapor y condensado.
Las recientes investigaciones de organismos tan prestigiosos como el EPRI (Electric Power Research Institute) apuntan a que el efecto del O2 disuelto no supone ningún problema, sino más bien una ayuda para favorecer la formación de la capa protectora de magnetita.
Incluso algunas plantas han introducido sistemas para aumentar la cantidad de O2 disuelto.
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